domingo, 7 de diciembre de 2008

Compremos (en línea), que morimos mañana

Es una realidad la facilidad con que hoy en día se pueden hacer compras por Internet. Parafraseando a Randy Waterhouse, si quieres comprar manzanas en la red, simplemente diriges tu atención a un lugar que venda manzanas y las compras con tu dinero intangible, pero igual de "fuerte" que cualquier billete en cartera. Dos cosas me han puesto a meditar sobre el comercio electrónico. La primera ocurrió hace unos días cuando un amigo no muy versado en las artes computacionales, pero con mucha disposición, me pidió ayuda para hacer una compra de un equipo de sonido por Internet. Ahora bien, estoy consciente que esta aventura puede parecer mínima para alguien entendido de los rincones del ciberespacio, pero para una generación o un grupo de personas sin acceso constante a computadoras durante su educación, la situación resulta tan ajena y misteriosa como para mi lo sería dar un tratamiento spa completo y de lujo. ¿Qué carajos deja contento a un cliente que quiere placer y relajación sin que tenga que ver con sexo? Mi amigo ya había hecho parte de la hazaña al localizar su dispositivo favorito en mercado libre punto com. Comparó precios y ya tenía al vendedor ideal. Se registró sólo y checó la reputación. Pero faltaba el punto final: hacer la compra, darle clic a ese botón que marcaba todo un compromiso de enviar dinero electrónicamente a alguien sin conocer con la esperanza de - en unos días - recibir casi mágicamente un preciado paquete en su domicilio. Él realmente no necesitaba tanto ayuda como un coach, un guía espiritual que le pudiera asegurar que no sería estafado. Que su depósito bancario no acabaría en la cuenta de un cabrón "jaquer" hijo de puta. Un asegurador de protección ante el terrible escenario de lo peor que puede ocurrirle a alguien hoy en día: perder dinero. Ese gurú, ese sabio y consejero único se encarnó en mi. "Mira la reputación de este tipo. Nadie se ha quejado de él. Ha vendido de todo a más de cinco mil personas. Desde una pluma barata hasta su abuelita. Recibe siempre comentarios positivos. Y sí. El sitio es seguro. Mira, este candado en la parte baja del navegador indica que tu transacción y datos están siendo encriptados". Entre eso y otros comentarios de mi perorata, sus ojos brillaban a cada momento más y más porque estaba recibiendo lo que todo novato quiere y necesita. Confianza. Se decidió. Oprimió los botones correspondientes y le indiqué que todo estaba hecho. Sonrió ampliamente, golpeó mis omóplatos y me obsequió un muy sincero agradecimiento verbal. Se fue. Y mis cinco minutos de iluminación suministrada terminaron. Un par de días después revisé la cartelera del cine para ajustar mis horarios y poder llegar a tiempo a ver una película muy mala (¡lo siento!). "Seis cuarenta de la tarde...ok" pensé. Hice clic en el link de un nuevo servicio que te asegura preferencia para acceder a la sala. Compré los boletos en línea en menos de setenta segundos - con cargo a mi tarjeta - imprimí el código y voilà. Me había ahorrado una fila de al menos diez minutos para comprar los boletos y otra de unos veinte para entrar a verla. Treinta minutos de mi vida salvados que realmente no invertí bien, pero al menos no los gasté de pie. Dios nos libre de tener que usar nuestra columna vertebral a su máximo. No lo noté enseguida, pero entre el procedimiento de compra del audio de mi amigo y la compra de mis boletos para el cine hubo una gran diferencia: el registro. Me explico. Uno de los grandes problemas en Internet es la puta anonimidad. Cualquier imbecil se crea un alias, pone una foto cualquiera y ya tiene una identidad nueva (que aunque no lo exime de seguir siendo indeseable, lo hace pensar a él que sí). Por lo tanto, parte del proceso estándar para realizar compras en línea es crear una línea de confianza, donde tú sepas que no serás estafado por una compañía que sólo puede existir de nombre y que la compañía pueda confiar en que efectivamente realizarás el pago del producto. Realmente, las empresas la tienen más fácil porque podrás inventar todos los datos personales que quieras en el mundo, pero al final tienes que usar una tarjeta con fondos para comprarles en línea. Sea robado, prestado o propio el plástico, hay alguien a quien no puedes hacer tonto, y ese es el banco. Claro, a menos que seas un reputado experto en cibercriptografía en cuyo caso dudo que estés aquí leyendo esto. Pensaría uno entonces que con sólo usar la tarjeta bancaria se entiende que ya hay seguridad - la confianza de que una institución más que poderosa que lo sabe todo de ti respalda una serie de números - para realizar la compra. Pero los sitios al estilo mercado libre exigen que llenes una serie de formularios que hacen parecer el papeleo de un hospital público como juego de niños. Y es en esa parte de dar información tan personal que mucha gente se encuentra indecisa. A muchos no les importa porque no saben las consecuencias de andar divulgando todo sobre su vida en la red. Y he ahí cuando me pongo a apreciar la simplicidad del asunto. Los chicos del servicio de ventas de boletos para cine dijeron, "a la mierda con eso de andar creando usuarios y contraseñas para los que quieran comprar boletos con nosotros. Vámos a eliminar ese paso y darles chance de que puedan checar la hora, poner el número de boletos que quieren y pasar directamente a pagar. No nos importa si es la tarjeta de crédito de tu mamá, tu tío, tu ex-novio, o una que te encontraste en la calle. Pagarás con ella en línea y si quieres hacer fraude al recoger tus boletos tendrás un problema: vestirte como mujer y pintarte la cara para lucir como la foto que te acredita como Doña Frigida de los Milagros y solicitar tus tickets". Es decir, el eslabón de la confianza se transladó de la parte virtual al cine, donde finalmente es que quieres ir. Te ahorran un paso en línea y te lo cobran en la realidad. Finalmente es la "sencillez" la que va ganando. Servicios como la posibilidad de pagar cualquier producto con tu teléfono celular resultan novedosos en nuestras latitudes cuando llevan al menos un lustro arrasando con las masas en Corea y lugares así. La idea no es hacerte la vida más fácil, sino hacértelo parecer así. Llegará el día que podrás hacer el checkout con un movimiento de párpados y nos sentiremos felices como los gorditos al estilo WALL•E. Por lo pronto, he iniciado a un joven prometedor en una variante del consumismo bárbaro y me siento culpable, pero entonces lo que me resta será buscar un buen libro que le expliqué por qué es malo estar tan cegado por la vorágine de la sociedad consumista. No me queda más que buscar ese texto en línea y pagar con mi cuenta electrónica.

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