lunes, 2 de febrero de 2009

Razones en el desierto

La inmensidad del desierto de Sonora se ensanchaba cada vez más en su mirar. La geometría de las dunas le asemejaba las perfectas formas de Katya. La imperante soledad del desierto le sentaba bien. Era su segundo día en medio de la nada y no esperaba "algo" al menos por los próximos tres. Sería entonces el momento para marcar otro ciclo consumado de filosofía forzada. Condiciones extremas lo llevaban a pensamientos más libres. En la medianía de la edad del hombre aún seguía disfrutando las mismas cosas. Aquí no podía pintar, pero podía leer. Y el ajedrez computarizado aligeraba sus largas horas en las que fumaba y monitoreaba las tediosas lecturas de los instrumentos. Su rutina, que intranquilizaría a las almas extremas, le dejaba mucho tiempo para pensar en los por qués. Aquellos cuándos y dóndes de la juventad habían saltado del barco al naufragar el innato intento por vislumbrar el futuro. ¿Por qué aún amaba a Katya? Porque justo ahora sabía que la amaba. Había dejado atrás la clásica lujuria y las banalidades del sexo último. Ahora era más simple. Más básico. Aunque en realidad, ni tan básico, pues todas eran Katya en el final. Una mañana particularmente diferente casi murió. La serpiente cascabel había logrado atravesar su extenso perímetro de seguridad que ahora resultaba a todas luces ligero. La mató sin rencor y pensó cómo sería morir ahí sólo, sin testigos. Después siguió elaborando reportes lo cual diluyó el resto del día y sus pensamientos mortales. Esa noche soñó raro. Volaba. O en mejor perspectiva, caía. Era una caída controlada, dirigida en horizontal y a unos treinta metros del suelo, como un misil que va perdiendo altura conforme agudiza sus sentidos en pos del objetivo. Iba semidesnudo y tenía esa sensación de vacío en el estómago que le recordaba los juegos mecánicos en la feria de su ciudad natal. Veía las casas del barrio donde había crecido. Seguían iguales. Era muy temprano por la mañana. Todo lucía en orden y tranquilo, vacío. Ya no recordaba cómo había caído y ahora la extravaganza del sueño lo había llevado a una pelea. Y como siempre, no podía pegar ni bien ni a tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Hey, gracias por comentar.