sábado, 2 de mayo de 2009

Pacto con el diablo

Es todo un caso de estudio. Existen ene número de bares, restaurantes y centros de diversión de todo tipo en la ciudad. Existe también población más que suficiente como para abarrotarlos todos e incluso a otros doscientos más de ellos, y aún así mucha gente se quedaría sin entrar, aunque esto último está bien, porque cualquier club que se precie de ser bueno debe tener la capacidad de poder dejar a los rechazados afuera. Ahora bien, como inspector de estos centros - mi trabajo nocturno - tengo la obligación de hacer una revisión constante de la operación de estos lugares sobre todo en fines de semana. Así es como aprendes que un suceso no marca una tendencia en nada, pero el mismo suceso quinientas veces repetido indica un estilo de vida: los dueños de ese bar siempre repleto de parroquianos hacen algo muy bien. El tema (¿o problema?) fue traído a la reunión de la Liga Extraordinaria. Las grandes mentes operaron diferentes teorías entre ellas que si los precios del lugar influyen, que si el ambiente, que si la ubicación, que si esto, y claro, que si aquello. Cada uno de los argumentos fue cuidadosamente destazado por algún otro miembro de la misma Liga. ¿Los precios? Por favor, no regalan nada y hay lugares incluso más baratos. ¿El ambiente? Pues claro, el ambiente lo hace la gente, y entre más personas, mejor ambiente, pero eso no nos dice cómo chingados llegan tantos borrachos a ese preciso lugar. ¿La ubicación? Este lugar tiene ese algo único que aún si lo ubican en medio de la más aislada ranchería del estado bajo un calor promedio de cuarenta y cinco grados centígrados a la sombra, sus clientes llegarían ahí. Y de buen humor. Que si esto, y que si aquello, no dimos con una explicación razonable. Salud. El asunto habría quedado muerto, enterrado y olvidado ahí mismo y probablemente el mundo sería un lugar muy diferente ahora si la Liga hubiese comenzado a discutir el siguiente punto en su agenda - algo de un virus H1N1 - pero la miembra fundadora Erre lanzó un comentario bomba y nos atascamos con el tema. - Yo digo que el dueño de ese bar tiene un pacto con el diablo. ¡Zas! Y así de repente saltamos en el hiperespacio esotérico. Las verdades ocultas, las consipiraciones iluminatti, los secretos en latín, las ideas de los congregaciones masónicas, las lecturas ocultas en la biblia, todo, todo estaba ahora sobre la mesa. El puto dueño del bar tenía un pacto con el diablo, y siendo honestos con nosotros mismos, esa era la única explicación tangible y auto-sostenida. La explicación del pacto con el más malo de los malos lograba responder preguntas donde intentas entender la manera en que haces quebrar a la competencia que te reta una y otra y otra vez con bares, conceptos, promociones y etcétera, o bien asimilar cómo logras tener un bar a un grado de ser insalubre repleto de gente de todos los estratos sociales, desde el que llega en un auto de seis cifras en dólares hasta el que usa la bicicleta heredada para estar ahí; y la última pregunta que arrojaba más sospechosismo era saber de qué otra manera logras que un grupo de gente que se escupe una a otra, que suda y exhuda, que grita, se besa y abraza, se reuna por horas encerrados todos cuando la pinche Organización Mundial de la Salud está anunciando una pandemia como nunca - y de paso recomendando que no beses, abraces, sudes ni convivas. Aceptemos que el diablo no es pendejo y que sabe realmente cumplir su palabra. Este tipo, el dueño del bar milagroso de mi ciudad, tal vez no lo ha seducido como Saddam en South Park, pero vaya que obtuvo un favorsote que a cualquier otro simple ser humano le daría miedo pagar. Una vez que la Liga Extraordinaria aceptó de buena gana la explicación seis seis seis sobre el origen del éxito del sospechoso centro nocturno, una nueva ronda de bebidas para superheroes fue servida. Y volteamos y vimos nuestro lugar y nos preguntamos mentalmente por qué demonios no estabamos donde todos. Sabrá el diablo. Pero la verdad es que los héroes no pueden ni siquiera beber con los malos.

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