domingo, 28 de septiembre de 2008

Rio y sus mujeres

Absortos con el menú como estabamos, apenas atinamos a concentrarnos en la cantidad insultante de prostitutas juveniles que nos rodeaban. Nos miraban fijamente, nos daban las señales de su disposición y sobretodo, evitaban sonreir: no era un juego sino su negocio. Esa era nuestra primera noche en Rio y nadie quería quemarse platicando con ellas. Moralidad aparte, la gran mayoría eran guapas pero eso no las eximía de poder ocultar su condición humilde de chicas de las favelas. Otra noche eramos Charlie, Mr. J. y yo. Tomabamos Skol en cantidades industriales en un agradable club a pocas calles de Leblon. El número de mujeres sobrepasaba al de hombes en una proporción probablemente de 3 a 1. Todas - sin exagerar - hermosas. Mr. J. - próximo a casarse - logró ligar a una rubia que lo hacía ver ridiculamente más chaparro. Al final, cuando regresó a la mesa donde el gran Charles y yo lo veíamos con envidia nos contó que era noruega. "No mames". Ir a Brasil y ligarse una noruega era un fracaso, al menos a nuestros ojos. De los tres, Mr. J. era el que mejor hablaba un portugués semi-decente. Había incluso estudiado el idioma en su ciudad natal aunque nunca explicó sus razones. Sigo con la duda de por qué alguien se sentaría en un salón de clases a aprender portugués, idioma hablado apenas en unos cuantos países y no tan necesario como el inglés - que le hacía mucha falta mejorar. De las dudas con las que tendré que morir. Charles no se limitaba y usaba las frases preparadas que ya conocía. Y yo quería solucionarlo todo en la lengua de Shakespeare ya que había aprendido por las malas que quienes hablan portugués no tienen mucho problema en entendernos a los que hablamos español, pero que no necesariametne funciona bidireccionalmente. Para cuando esa noche ya quería terminar, nos habíamos hecho compadres de la mafia local quienes con gusto nos ofrecían drogas, mujeres y cualquier cosa que nos aligerara un poco el peso de los reais que traíamos encima. Llovía como sólo llueve en una noche alegre repleta de excesos y cerca del mar. De alguna forma, entre el demasiado humo y la alegría ficticia de la cerveza brasileña, logré ser amable y rechazar todos los ofrecimientos. "Aunque usted, no lo crea". Recuerdo que caminé bajo la lluvia con mi amigo borracho Charlie. Mr. J ya nos había abandonado largandose con unas nuevas amigas. Abordamos una camioneta local que hace las veces de transporte entre la playa y los hoteles cercanos y llegamos enseguida a nuestra sede. Mi primera impresión fue que estaba de puta suerte, pues el lobby se encontraba repleto de chicas que harían las deliciosas de cualquier animador de programa nocturno de variedades. Sentí las miradas atravesarme como balas y caí abatido y rendido al darme cuenta de la barrera del idioma y sobretodo, darme cuenta que eran simplemente otras prostitutas. No estilo favelas, pero prostitutas al fin. En el hotel no les decían nada, a pesar de ser uno de esos exclusivos de cinco estrellas que abren su paso por todo el mundo a diestra y siniestra. Tal ves es una lástima - viéndolo en retrospectiva - que no son las playas de Río lo que más recuerdo, sino sus extremos sociales marcados en los rostros de las bellas mujeres con las que me topé.

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