martes, 30 de septiembre de 2008

Un día de septiembre

Era un parque enorme, cuadrado, vacío. Before the rain de Lee Oscar reverberaba en la vacuidad innata de mis sesos veinteañeros. Y yo era feliz. Me senté en una banca de piedra y miré a los árboles grandes, grandes, grandes. De alguna forma se habían puesto de acuerdo para habitar todo el lugar pero no rodearlo, no cercarlo, jamás ocultarlo. Era un tipo de árbol algo raro, no la típica especie citadina. Tenía un nombre de esos que logran describir todo, menos lo que deberían. Y por ello no me esforcé en memorizarlo. Decidí que era el momento perfecto para un cigarro. A ver niños, ¿por qué son importantes los árboles? A los diez años estaba enterado como cualquier mocoso que todo lo verde se suponía era bueno. Pero nadie se había tomado la molestia de decirme por qué. Un niño estúpido contestó: para purificar el aire maestra. Lo odié porque yo era el cerebrín, se suponía. - Para purificar el aire - repitió mi querida maestra a la vez que movió sus manos como finalizando un concierto imaginario delante de una audiencia de pipa y guante en el Carnegie Hall. "Bueno," - pensé - "si ellos tienen que purificar el aire y nadie anda contaminando por aquí, los pondré a trabajar." Y así fue. Ha sido el cigarro más largo, más delicioso y más solitario que alguna vez he disfrutado en posición seminarista sobre la piedra que resultó no ser banca en realidad. Las casas y calles que rodeaban al parque eran, por derecho propio, difusas y vagas. Sí. Te daban ser la impresión de un caserón elegante pero ya visto muchas veces en otros tantos lugares que por desgracia no contaban con un parque precioso como éste. Las hormigas siempre me han fascinado. De niño solía atraparlas en frascos y someterlas a torturas en pos del avance científico. Y como en cada rincón propicio para el aburrimiento, ahí estaban, salvándome. Me acomodé sobre la piedra y las ví andar con esa ruta caótica que sólo entenderíamos si fueramos ciegos y dependieramos de golpear nuestras antenas con otras hormigas para saber si estamos en la compañía correcta o nos hemos desviado de nuestra área de influencia. Generación MTV. Me digo y repito que no soy generación MTV. Pero todo me aburre a unos cuantos minutos. Adiós hormigas. De haber sabido que pasaría parte de una tarde en soledad en un parque como este, habría traído un libro. Cuentos cortos de Jorge Luis Borges, con muchos adjetivos, pocos personajes y cadencia latina. Pasarán años para que regrese a ese parque. Pero regresaré. Iré solo nuevamente y fumaré un cigarro, y entonces escribiré algo interesante rememorando un nuevo día de otro septiembre diferente.

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