miércoles, 22 de octubre de 2008
Las tortugas pueden volar en esta película
por:
Aaron Benitez
- ¿Buscas alguna película en especial? - pregunta la jovencita muy mona con una sonrisa tan falsa como su interés en mis deseos.
Oh, sí. Busco una película que tenga una temática muy interesante, una fotografía espectacular, dialogos para recordar, actores soberbios y lo más importante, que no tenga que entregar el puto día de mañana.
- Sí. ¿Tienes la de "Verano caliente con las chicas masoquistas IV"? - es lo que generalmente respondo.
O al menos lo que quisiera responder. En realidad digo:
- No gracias. Solamente estoy viendo los titulos.
Y sin más, me deja ahí como pelmazo y se retira caminando todo lo coquetamente que puede intentando que el horrible uniforme no le eche a perder su teatral andar.
Yo miro y miro. Y miro y miro y busco y leo y rebusco y vuelvo a caminar y miro y leo. Y pocas películas me parecen. Regreso con nostalgia al pasillo donde sé que hay unas treinta películas que ya he visto y que quisiera volver a rentar porque sé que no me decepcionarán. Me hacen sentir seguro.
Entonces mi acompañante amablemente me recuerda que debo escoger una película que a) no haya visto, b) luzca interesante, c) este disponible y d) también le guste a ella.
Es entonces cuando quisiera intercambiar papeles con un, digamos, destripador de cerdos u ordeñador de vacas. Ya sé, son cosas asquerosas, si, pero simples.
Enfoco. Agudizo mis senidos y me recuerdo que he sido capaz de enamorar y enamorarme, de traicionar y ser traicionado, y por lo tanto este pequeño problemita de selección de películas no va a poder más que yo. Y ya con el espiritu elevado, y el positivismo andando, pongo mis manos sobre algo que - nuevamente - a) tenga un título interesante (en inglés, porque ignoro todavía las causas de ese empeño de la oficina latina de las productoras internacionales en escoger títulos tan lamentables en español) , b) tenga una copia disponible para renta, y c) sea lo suficientemente appealing para una acompañante tan cinéfila como el café es café.
A veces tengo suerte. Y a veces no. Bueno, siendo honestos, casi nunca tenga suerte. Por lo tanto, se ha desistido de la necesidad de mi presencia en este riguroso proceso de rentas en Blockbuster y se me ha asignado el honroso papel de aquel pobre pendejo que debe entregar las películas al menos cinco segundos antes del plazo fatal, sin importar el poco aliento que quede en mi o lo cerca de la taquicardia que me encuentre al momento de usar esa cosa llamada quick drop afuerita de la sucursal.
Esto conlleva que ahora el 90 porciento de las películas en casa están basadas en los gustos de una chica inteligente de veintitantos años que se preocupa por el ingrediente intelectual de las mismas con el interés que muestra también por el creciente problema de los alimentos genéticamente modificados.
¿Alimentos genéticos...? ¿Cómo? ¿Dónde?
Su última selección, sin embargo, fue digna de todo respeto. Una película que grita "no soy un producto de consumo masivo comercial" a los cuatro vientos. Tiene como pecados este trabajo el que no haya actores conocidos, una temática triste, no está rodado en escenarios bonitos, no es hablado en inglés, y lo peor, no ha tenido un presupuesto de esos que servirían para aliviar la hambruna en cualquier país africano tomado al azar.
Es una película hecha en Irak. La primera desde la caída de Saddam. Y salen unos niños, que son los protagonistas. Y uno de ellos se enamora de una de ellas, y ella tiene un hermano y un hijo, y el hermano tiene dotes de adivino, y todos son huérfanos, y la guerra se palpa pero no se ve en la filmación.
Turtles can fly no requiere conocimiento de la problemática de medio oriente. Puedes conectar con los personajes sin saber que los kurdos siempre han sido los jodidos, y que la propaganda belicista de un país invasor no transmite las verdaderas intenciones nunca.
Te la recomiendo si quieres ver buen cine. O como dirían las leyendas de los pasillos del gigante azul renta-películas: cine de arte.
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