jueves, 11 de diciembre de 2008

Guerras equivocadas: contra el tabaquismo

Comencé a fumar a mis veinte años. De haber sido firme opositor y odiador de este hábito, me convertí en lelo y frecuente practicante. La transformación que se dió en mi no fue tan espantosa como los puritanos pensarían: no me crecieron las orejas, ni mi rostro se tornó verde, ni sufrí de paros cardiacos juveniles ni mucho menos dejé de tener novias o amigos por mi mal hábito. Cuando leo y escucho los debates entre fundamentalistas de cualquier especie, tiendo a sonreir socarronamente y comparar mentalmente lo que dicen, entre lo que realmente es, y lo que yo pienso de todo ello. Así me ha pasado con el cigarro y hoy voy a compartirlo contigo, querido lector anónimo. Fumar es un hábito adulto combatido ferozmente hoy en día de manera unánime. Podrás tener a políticos de diversos signos, jugadores de equipos antagonistas, familiares enemistados, amigos antípodas y prácticamente de todo en lo que difieren habrá algo que los una: su falso odio al cigarro. Y digo falso como podría decir aburrido, inerme, sin sustento y otras cuantas palabras más. Pero dejemos la palabra "falso" que servirá tan bien como las demás. No me quiero eregir aquí como paladín defensor del cigarro. No. Para nada. Estoy totalmente enterado de todo los riesgos que ésta actividad representa en los diferentes planos. Yo mismo he experimentado un poco de esos efectos, como cuando al intentar jugar fútbol en una ocasión sentí que mis pulmones me mentaban la madre. Sé también que no me gustaría ver a mis hijos fumar. Y ciertamente estoy a favor de que no se fume en determinadas áreas, digamos, hospitales y gasolinerías. En ambos casos por sobrevivencia de la especie. Pero fumar me gusta. Me da placer. Y mi placer y mi gusto han sido condenados por una sociedad que se deja llevar en ondas y modas, en ideas que hoy pegan y mañana son olvidadas, criticadas, hecha burla. Tal vez nunca pase que el cigarro sea llevado a una reivindicación por la historia, pero tampoco es satanás, o uno de los jinetes del apocalipsis. En los sesentas, los niños gorditos eran sinónimos de salud. Dile eso al PrevenIMSS hoy. Te voy a explicar por qué fumar es malo, pero no tan malo, por qué los efectos de este hábito no son tan catastrófico como te los quieren vender y por qué la gente ha desarrollado una paranoia en contra de los fumadores. Fumar jode. Y tontos somos quienes lo hacemos. Pero no es la única cosa que te va a dar la coña en la vida, dirían los españoles. Me provoca un dejo de tristeza saber que nos engañan tanto con esto. Un férreo defensor del libre hábito de fumar, Octavio Rodriguez Araujo, fue quien me invitó a pensar un poco más en el tema por comentarios como éste: He leído una nota distribuida por la Agencia EFE (abril 2004) en la que se dice, cito: "Los accidentes de tráfico son la segunda causa de mortalidad en el mundo para las personas de entre 15 y 29 años de edad y la tercera para los de 30 a 44, según el estudio sobre 'Prevención de los traumatismos causados por el tránsito' efectuado por la OMS." Nuestros diputados en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, que tantas prohibiciones establecieron para el consumo del cigarrillo, deberían elaborar una ley que restrinja el uso de automóviles y que obligue a sus productores y anunciantes a incluir una leyenda que diga algo así como "este producto puede causar la muerte". Esta leyenda podría ponerse a lo largo de los automóviles, en ambos lados. Según la Organización Mundial de la Salud el automóvil es más peligroso que el cigarro. Exijo coherencia en los diputados y en las autoridades del Distrito Federal. Así como existe un Día Mundial sin Tabaco, próximo a celebrarse, ¿existe también un día mundial sin automóvil? Vamos, que hay argumentos para todos. Sin querer caer en el fanatismo, que rechazo porque me invita a ser parte de él constantemente, fumar es estúpido y malo. Y sin embargo, personas inteligentes lo hacemos, y no nos importa. ¿Será entonces que realmente no somos lo inteligente que nos dicen que somos? Mi ego no me permitiría contestar afirmativamente a esto. En una novela americana moderna, uno de los personajes conoce a la que eventualmente se convertirá en su contraparte amorosa. Tiene dudas. Ella parece y actúa como lesbiana. Demasiado. Tanto, que eso mismo le da ánimos porque la chica parece sacada de la mente de un director de Hollywood decidido a poner una lesbiana estereotipada en la pantalla grande. Y todos sabemos que lo que vemos ahí, nunca es igual a lo que tenemos en mano. Se da cuenta que ella es una personita muy peculiar. Básicamente le vale madres hacer cosas que a cualquier ciudadano modelo le provocaría escalofríos al menos: deportes de alto riesgo, beber, tener excesos, hablar muy directamente, fumar y etcétera. Y vive feliz, porque eso está haciendo: v-i-v-i-e-n-d-o. Él la resume y define a ella como una persona viviendo su vida en vez de estarse preocupando por extender la duración de la misma. Y eso lo vuelve loco. Yo quiero una así ;-) La frase que más me encanta cuando alguien me ve fumar por primera vez es: "Te vas a morir" asociando al tabaco con la peor de nuestras pesadillas existenciales. Me ven, ponen cara de sorprendidos (esto es abriendo los ojos como si alguien estuviera enterrando un alfiler en su espalda baja, abriendo la boca como si tuvieran que meter una manzana completa ahí, y señalandome con el dedo como Judas señaló a Jesús). Tan estúpido es decir "Te vas a morir" como reaccionar con mi típico "lo sé, lo sé, pero de algo debo de morir". Quizá sería más adecuado indicarle a mi interlocutor que al menos tengo la ventaja de saber que soy yo quién se está matando a si mismo, y no llegaré de sorpresa y desprevenido al final de mi trayecto. Pero eso suena demasiado pretencioso y no como algo que se pueda escupir en tres segundos. En menos palabras, fumar es para los que lo hacemos una indicación de nuestra manera de vivir, porque no nos preocupa pensar en cuántos putos años vamos a vivir. Mayor tiempo no es mayor calidad. Ayer murió una chica a la que le cayó una terraza encima. No fumaba, no tomaba, no tenía vicios ni enemigos y murió tontamente. Yo no quiero morir así. Si tengo ganas de fumar, lo haré. Si tengo ganas de divagar en mi blog sobre el cigarro, también lo haré. Pero también entiendo la parte de la gente que no desea hacerlo. Es como tomar té o mate o cerveza o agua: no a todos nos gustan. Y aquí puedo decir algo certero como pocas veces me ocurre: nosotros los fumadores somos de las comunidades más respetuosas. A diferencia de los alcoholicos - algunos tenemos doble membresía - raramente presionamos para que alguien se nos una. Como incautos usuarios de una máquina expendedora de refrescos que no funciona bien, la gente llega a nosotros sin saber. Y muchos se quedan. Aún con lo malo del servicio. El problema hoy en día es que somos perseguidos. Y aunque somos muchos, muchos, muchos, nuestra cantidad lejos de ayudar representa una verguenza, una lacra a perseguir y deshacer. Malditos fumadores que todo contaminan, pensaban los que comían en restaurantes. Ahora, ya expulsados, los fumadores unicamente traspasamos nuestro vicio a áreas escondidas. Y de ahí, de ahí, viene el problema. El pecado del tabaquismo es que es algo público. Que fumar se nota mucho. ¿No me digas que no sabes que en ese restaurante donde prohiben a los fumadores te están matando también con el azúcar de los refrescos, la grasa de las chuletas de cerdo y los conservadores químicos inexplorados pero muy utilizados para mantener los condimentos y demás elementos culinarios en perfecta apariencia? ¿Sabes que estás matando a tu mundo - y por ende a ti mismo - con tu camioneta cuatro por cuatro de diecíseis cilindros que expide más humo a la atmosfera de lo que yo - peatón - lo haré en 20 años de mi vicio? ¿Que los dulces que compras a tus hijos llevan más elementos químicos diferentes que una bomba antrax? No hay problema. Comer, tomar y conducir son actividades discretas. No sacan humo y por eso no se ven mal. No son condenadas porque son vitales. Y al tener opción - mala, pero opción al fin- los fumadores nos volvemos seres malignos si la ejercemos. Repito. El pecado del tabaquismo es ser tan notorio. Y malo como es, porque lo es - no se me olvida-, sobresale y opaca otros problemas que deberían ser atendidos más rápidamente. Atacar el tabaquismo y prohibir fumar en muchas áreas le da la ilusión al pueblo que algo se puede combatir con éxito. Pero no se engañen. Esta batalla contra este vicio en particular no ha sido derrotada en 600 años de historia del mundo.

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