domingo, 14 de diciembre de 2008

Confía en mi

Esa mujer con rostro inteligente y negra como el azabache - pero afroamericana en términos políticamente correctos - dirigió su atención inconfundible, sus palabras precisas y su acento de alta alcurnia y buena universidad a mi persona. ¿Y cuál es tu reporte? - escupió. Toda una mesa habitada de profesionales consumados del área me observaba. Yo sonreí apelando a mi actitud de chico buena onda algo desubicado por un largo viaje. El reporte de mi área es que todavía no hay reporte. Dado que soy nuevo en la posición, intento familiarizarme con los diferentes elementos blah blah blah ... - dije en tono entre de chamaquito pendejo haciéndose el gracioso (nadie rió) y de inculpado injustamente (nadie sintió pena). Ojos verdes, azules, negros, morados, rojos, y así, me miraban fijamente. Me quedé de pie repasando si había respondido en inglés, español, francés o turco y que tal vez por esa razón no me habían entendido. Luego me acordé que no hablaba ni francés ni turco y que podía todavía pronunciar la última palabra de mi dialogo en inglés. Así que sí, efectivamente, había dicho lo que tenía que decir y bien. Pero no reaccionaban. ¿De dónde eres? - me preguntó finalmente un tipo pariente de Santa Claus y que resultó ser uno de los jefazos. Yo le expliqué de dónde era. Varias caras expresaron cierto alivio: yo era un pobre diablo del tercer mundo y por eso ahora se entendía con claridad mi falta de reporte. Alrededor de siete de los miembros de la Santa Inquisición que me juzgaba declararon: Yo conozco ese lugar. Es muy bonito. Fui con (nombre de la esposa/esposo, amante, amigo/a, etc.) en (año). Esto alivió un poco la tensión y me dió oportunidad de explicar que el hecho de que a) ese lugar (mi lugar) se localizaba a unas varias decenas de miles de kilometros del majestuoso hotel en que nos reuníamos hoy en día, y b) que apenas tenía yo ochenta y siete minutos entre aterrizaje y jucio sumario, y c) que había sido invitado a la posición cuarenta y ocho horas antes, había dado como resultado mi lacónica falta de un putisimo reporte. Si las miradas mataran, yo habría caído abatido por una mujer de raza Obama de cuarenta y algo de años egresada de CalTech y con un trabajo con el que millones soñarían. Afortunadamente, las balas apenas me rozaron gracias a la intermediación de mi mentor y amigo europeo quien finalmente era el que me había metido en todo este desmadre. No es que a él lo respetaran por ser el superior o igual de todos ellos. Pero pues al menos ya los conocía bien y podía apretar lo necesario para que me dejaran vivir un día más. Explicó en su muy acentuado - por no decir un poco desesperante - inglés las razones de su nueva adquisición (o sea, yo) y cómo todos debían celebrar lo que el asumía era una excelente idea. Sangre nueva, ideas probadas en otras áreas, buenos contactos, etc. Me sentí listo para ser envuelto y etiquetado como el producto más hot del año. Después de su intervención - épica para mi - todo fueron sonrisas, buena comida, pláticas, estrechar manos, más plática, tutorial de vinos caros, fumar puro y hablar como si yo fuera el presidente de mi país. Más adelante, durante otro aspecto de la reunión, me levanté, yo simple mortal con apenas un grado universitario infímo, y expliqué el uso de una nueva herramienta de la organización. Los professors, managers, demás directivos y hasta un par de CEOs de pequeñas start-ups me vieron con curiosidad los diez primeros minutos para luego meterse en el alma de la presentación haciendo preguntas y al final agradeciendo mi aportación. El chico Microsoft junto a mi me presumiría más tarde su tablet PC como si fuéramos compañeros de escuela. Había esquivado el fuego de la hoguera que me condenaría al purgatorio por el resto de mi existencia profesional gracias a un tipo que creyó en mi. Y aprendí que basta con extender tu confianza a una persona para que la gente a tu alrededor la selle por tu ejemplo. Y si hay confianza, hay muchas cosas.

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