A la memoria del Rocky: el último gran perro.
Soy lo suficientemente autocrítico para saber que mi egocentrismo no me permitiría brindar atención a una mascota. Tal es la razón por la cual no tengo una. Dejando de lado mi experiencia con aquel gato homosexual - con todo respeto a la comunidad - que en lugar de ahuyentar ratones los hacía sus amigos del alma, no me ví nunca en la necesidad "humana" de complementar mi vida, circulo social y actividades con las babas de un perro, las caquitas de un gato, o las pestes de algún pajaro. Mucho menos con la indiferencia de un lindo pececito.
He conocido muchos perros con nombres tontos, lo cual en la gran mayoría de los casos me ha sorprendido al grado de necesitar escuchar el nombre dado unas dos o tres veces seguidas para digerirlo. Realmente, y aquí lo confieso, olvido sus nombres pasados unos buenos diez segundos y adopto la actitud pedante de bautizar por mi cuenta a todos esos perritos con nombres ridículos por igual. Que los llame Puchis a todos no es su culpa, sino de sus dueños.
Ellos - sus dueños y dueñas - pasan por gente de buena cuna y adecuada educación e inteligencia.Y lo son generalmente. Pero cualquier grado de sofisticación cae unos veinte metros bajo tierra cuando llega la hora de nombrar Bebé a un perro resultado de la "cruza" entre un caballo y un puto jabalí. El Bebé me ve, ladra como si un rinoceronte lo estuviera haciendo suyo y me enseña los malditos dientes en gesto de amistad eterna y sincera. No me espanta. La cadena que los elfos tuvieron la gracia de regalar a la dueña - casi siempre es dueña - hace bien su trabajo, así que puedo devolver el sonriente gesto al animalito y pasar a escasos centímetros antojándole mi pantorrilla de la forma que a mi se me antojan las simples alitas de pollo.
Bebé, Chiquito, Puchis, Cosita, Querubín y compañía ya me conocen. Me han olido, me han visto, me han escuchado, y siempre actúan como si fuera un chingado extraño diferente en cada ocasión. Les pido mentalmente que ya me superen. Entiendo que su odio enfermizo a mi presencia es el resultado directo de mi odio a la suya. Yo al menos tengo un motivo válido para ir a la casa de la dueña o dueño, ¿pero ellos? Nadie realmente se siente seguro con un perro como único vigilante. ¿Qué tanto puede vigilar un perro que duerme igual que sus dueños, que no necesita cazar para vivir, sino que abre el hocico y recibe whiskas para perros al instante? (ya sé que no hay whiskas para perros, pero como podrán ver el tipo de alimento que ingieren me da igual)
Si tengo que ser honesto con las razones psicológicas de por qué detesto a los perros, diría que todo se debe a aquel pequeño incidente con la Laika, a los 9 ó 10 años. La muy perra - Doberman - no me dejó ninguna marca física permanente porque Dios es grande y porque yo nací con superpoderes regenerativos. Ya saben.
Realmente estimo mucho a mis amigos, los miembros de la Liga Extraordinaria y anex@s. Y siempre he soportado estoicamente los perros de aquellas personas a las que procuro. Pero hoy después de ver la mandibula sedienta de sangre del perro número mil de mi vida y pensarlo como por tres minutos he decidido que era hora de darles a conocer mi opinión. Los perros merecen conocerla.
Y claro, las perras también.
viernes, 20 de marzo de 2009
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