jueves, 16 de abril de 2009

Otoño tornasol

Dedicado a Acapulco
Aquel ajustado vestido tornasol caía majestuosamente sobre su cuerpo de princesa. Se escucharon muchos cuellos tronar a su paso y más de un galán murió por un disparo de desprecio e ignorancia al querer entorpercer su camino. - ¿Dónde has andado? Quiero estar en tu mesa - exigió con su melodiosa voz llena de acento. Expresé alguna vaga explicación dándome más importancia de la necesaria. Seguimos platicando. Los proyectiles balísticos lanzados desde distintos pares de ojos por todo el salón eran evitados por el escudo protector de nuestra mutua atracción y ningún otro interés. Recordaré siempre esa noche por la gala y fastuosidad, también por los asistentes con los que eché raíces, pero sobre todo por la chica más hermosa de la fiesta que fue toda para mi. Tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol son las otras cosas que dicen hay que hacer en ésta vida. Sin embargo hoy yo les digo que tampoco nadie debería morir sin experimentar la sensación de estar en lo alto del mundo como me ocurrió a mi en un otoño de hace ya mucho tiempo. Nos tomaron una foto que de aquellos días resultó la mejor y la más emblemática. Un poco irreal por el toque logrado al posar. No una pareja, no una foto más: la foto de los dos, la que hablará de nosotros cuando ella no se acuerde más y yo escribir no pueda ya. Ayer me buscó y no me encontró. Hoy le contesto escribiendo esto. Ni pensar entonces en lo que haría si la vuelvo a ver. Recordé que sus hombros al descubierto y la espalda semidesnuda me hicieron imaginar a la Trinity de Matrix en la fiesta, pero ella tenía un aire o porte más de Letizia. Y luego concluí que no era ninguna de esas dos sino algo mejor. Algo tangible. Esa fue mi noche: la noche iridiscente que hace a un hombre pensar que ya puede morir y dejar una leyenda tras de si.

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