domingo, 26 de abril de 2009

Cuernavaca y logaritmos

"Después reflexioné que todas las cosas le suceden a uno precisamente, precisamente ahora." - Jorge Luis Borges
Dedicado a MCA: "Cuando yo estuve en el ejército..."
La cámara de televisión grababa diligentemente todo el movimiento en la terminal. Yo sentía ser parte de una película de ciencia ficción de esas en las que el mundo está por acabarse. El hecho que centenares de personas estuvieran usando cubrebocas y decenas de soldados custodiaran el área ayudaba mucho al efecto dramático de mi film personal en la Ciudad de México. Mientras esperaba pacientemente en la fila del mostrador, cavilaba sobre cómo hacerme millonario vendiendo camisas al estilo "Yo sobreviví a la pandemia de la influenza porcina", pero estoy seguro que ella no me dejaría. Su justo reclamo por abandonar la urbe que en ese momento era el centro del universo mediático me resultaba exagerado, pero hay cosas contra las que uno no debe luchar. Hay que escoger bien las batallas. - El autobus más pronto a Cuernavaca, por favor. La linda cajera operó su computadora contemporánea del Atari y roboticamente me cobró los boletos. Posteriormente, como para resarcir su frialdad inicial, me regaló cuarenta y cinco segundos de su tiempo para indicarme cómo no morir en el intento de encontrar el andén correcto. Huimos y en cuestión de minutos desaparecieron los tapabocas que tan surrealistas nos hacían ver. Pero me estoy adelantando. Dejenme comenzar por el principio. Dicen que así siempre es mejor. Después de pasar seis días en Pachuca - ciudad niebla - el plan iniciaba. - ¿Cuál plan? Se paciente, inquieto lector. Ciudad de México. Comida en Reforma en uno de esos restaurantes de nombres impronunciables. Teatro. Hard Rock. Librerías. Piratería. Cansancio. Tal era el plan. Era. Ahora estoy escribiendo esto en la hermosa habitación del primer hotel boutique que uso en mi vida. Escucho claramente el aire jugar con las hojas de los frondosos árboles que enmarcan mi vista de fantasía . Si dejo de escribir un poco y giro mi cuello puedo ver mi envidiable terraza. Cien dólares la noche dan derecho a una terraza bonita y un baño que sería departamento en los estándares de nuestro querido tercer mundo. Estoy en Cuernavaca. El Hotel boutique La Casona Galerías es eso realmente: un caserón que un buen día alguien con visión comercial decidió transformar en hotel. Desde Enero de este año el concepto varió a hotel boutique donde se expone arte bastante digerible y no. Las exposiciones de Arturo Vázquez Navarrete, Rafael Alfaro y Leonardo Vázquez son agradables, lo menos, pero gastar - lo mínimo - setecientos dólares en una fotografía es algo que aún me rebasa. Por muy impactante y bien presentada que esté - y lo están - no es mi tiempo para volverme coleccionista viajero de arte local. Es por ello que saboreé las exhibiciones con lentitud, sabeedor que mis dieciocho horas en éste lugar daban tiempo suficiente pra ello. Si vienen a este hotel, pidan la habitación 11 y digan que yo los recomendé. Cuidado con el agua en la ducha porque al quererla caliente, sale casi hirviendo. Y lo opuesto para la fría. Pero antes de Cuernavaca y La Casona estuve en la Ciudad de México. Y no, no pude seguir el plan. ¿Y cuál es el caso de quedarse atrapado en una habitación de hotel en el Centro Histórico todo un fin de semana si las actividades han sido suspendidas y tienes que ir con cubrebocas patrocinados por el ejercito en las calles a todos lados? Así es: ninguno. Lo mismo pensé. Esa noche que permanecimos en la capital caminamos a todo lo largo de la calle Madero y notamos que la gente aquí parecía no haberse dado por enterada que el resto del país tenía en esos mismos instantes una paranoia propagada gratuitamente por los informadores al hablar de la influenza porcina cada, digamos, cinco putos segundos. Quedarse en el Tulip Inn Ritz no fue la mejor opción, pero en nuestra defensa puedo decir que el hotel luce mucho mejor en su sitio web. Algo así como una cita a ciegas donde primero recibes la foto del galán(a) en pose sexy y sin imperfección alguna. Está bien. Hay que venderse, pero ahora por engañarme han perdido a mis más de tres millones de lectores como potenciales huéspedes. Comer en un lujoso restaurante de Reforma se volvió Italianni's en la plaza junto al Sheraton Centro Histórico. Ir al Hard Rock Café se volvió disfrutar de una botella de Torres X en la habitación. El teatro se tornó en cambiar los nueve canales de televisión del cuarto y ver a la gente caminar tranquilamente desde mi ventana del quinto piso. La única parte del plan que sí cumplí fueron los libros y la piratería. No tuvimos que caminar más de setenta y nueve pasos para adquirir las últimas series perfecta - e ilegalmente - dispuestas para nosotros los hambrientos consumidores de historias devedéscas. Ya por último fuimos a mi librería favorita a catorce pasos del hotel y adquirí el fabuloso "Matemáticas simplificadas" que ignoro cuándo realmente voy a estudiar, pero que el sólo hecho de tenerlo me provoca emoción, como aquella experimentada al comprar otros textos académicos en la Universidad que me hacían pensar que efectivamente los dominaría. Uno se engaña a veces demasiado con la excusa de la juventud. Stop. Salto. Listo. Ahora estamos en Cuernavaca. Mientras ella exploraba el baño con una linterna y provisiones, yo salí a mi terraza - su baño, mi terraza - y comencé a leer mi nuevo libro. ¿Sabías que el logaritmo de base 10 no lo desarrolló Napier, sino un amigo suyo? Yo tampoco, y si a esas vamos, tampoco recordaba los mentados logaritmos por si mismos, aunque esto tal vez se deba a que nunca los aprendí. Mi invariable Camel's Natural Flavor y la refrescante naranjada mineral - pide una jarra, está muy buena - me hacían compañía y parecían disfrutar la lectura y la idílica vista simultáneamente igual que yo. Los minutos pasaron y aprendí todo lo que se debe aprender de los logaritmos para poder andar tranquilo por la vida. Y reflexioné en los raros lugares que uno escoge para aprender. Después de varias aspiraciones y mucho humo exhalado, caí en la cuenta que mi idea no era precisa: uno no escoge los lugares para aprender, son los lugares los que lo escogen a uno.

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