miércoles, 13 de mayo de 2009

La lógica de las coincidencias

Para que exista una coincidencia se necesitan dos cosas. La primera es tener una serie de eventos conectados por alguna razón aleatoria. La segunda es contar con un observador que note tal conexión. Es obvio que nadie que vea a dos extraños hablar en la calle puede decir que es una coincidencia que los dos amigos que charlan animadamente se hayan encontrado en una calle poco importante de una enorme ciudad estando a más de tres mil kilómetros de sus respectivas ciudades natales. Nuestro hipotético observador externo desconoce todo esto y por ello resulta ser un elemento inmune a la observación de la coincidencia en turno. Para el sólo son dos tipos hablando y ya. Basados en la anterior afirmación podemos decir que las coincidencias ocurren todo el tiempo, en todos lados, con todo el mundo. Y si esto es así, tenemos un problema con la definición: la coincidencia deja de serlo para volverse meramente un evento no esperado en un momento determinado. Y un evento no esperado es algo que te va a ocurrir en varios momentos de tu vida. Podría ser que en nuestra constante búsqueda de los estímulos para sentirnos especiales hayamos hecho de la coincidencia una marca del destino que nos ilumina - para bien y para mal - ciertos aspectos de nuestras decisiones. Veo mi número de la suerte en todos lados. Pensaba en alguien y esa persona me llamó o me la encontré. Tenía una duda y un colega se acercó a preguntarme lo mismo. Y así hay muchas. Las matemáticas, a través de su hija la probabilidad, hacen ver lo fuertemente factibles que cada uno de tales eventos resultan para ocurrir, por mucho que nos esforcemos en darles un significado místico. Los números no engañan. Podemos ser especiales, pero no esperemos que un lazo divino, secreto y codificado sea la señal para lanzarnos a - o detener - nuevas aventuras. Las coincidencias están ahí para recordarnos la importancia de cada acción que dejamos atrás en el camino de la vida. Una llamada de atención pues.

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